Algunas Organizaciones No Gubernamentales globales (por ejemplo, Amigos de la Tierra, Amnistía Internacional,...) se han convertido en organizaciones de cabildeo muy poderosas, capaces de sensibilizar a la opinión pública sobre nuevas cuestiones políticas y de ejercer presión sobre los gobiernos y los responsables políticos para que promuevan su agenda cívica.
Sin embargo, su acción no está a la altura de la plena acción política en dos aspectos:
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apoyan una causa, y sólo una causa, y deliberadamente ignoran las consecuencias de su acción sobre otras partes interesadas - bajo el supuesto de que estas otras partes interesadas tienen (o deberían tener) los medios para cuidar de sí mismas y de sus intereses;
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asesoran a los gobiernos, pero no asumen responsabilidad alguna sobre las consecuencias de sus recomendaciones.
En este sentido, actúan de la misma manera que las empresas multinacionales, las asociaciones industriales, los sindicatos y todos los demás miembros de la sociedad civil organizada, a todas las escalas (desde las más locales hasta las más globales).
Estos actores de la sociedad civil tienen un poder de influencia, pero se limita a influir. El poder de decisión final permanece - legítimamente - en manos de los organismos públicos oficiales (que en las sociedades democráticas son elegidos) que tienen la responsabilidad global del interés público.
La Cooperativa CosmoPolítica ha optado por actuar plenamente en el campo político, y participar directamente en las elecciones políticas, precisamente porque:
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defiende el interés público en general, y no una causa específica y unilateral;
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es plenamente responsable de las decisiones tomadas, frente a los votantes;
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tiene la intención de participar en la toma de decisiones reales, siendo elegido y asumiendo cargos de responsabilidad en el gobierno.
Es una elección difícil. Definir el interés público significa tener en cuenta las reivindicaciones legítimas de todas las partes interesadas (cercanas y lejanas, actuales y futuras, humanas y no humanas -por ejemplo, el clima o la biodiversidad), y considerar los posibles impactos de la política sobre todas ellas- y, sin embargo, tener la certeza de que la elección que se haga siempre creará frustración e insatisfacción para algunos. Tener el valor de tomar decisiones, de poner en práctica una política específica, con el riesgo de un fracaso técnico y con la certeza de ser criticado, es mucho más difícil que pretender ser el orgulloso caballero que defiende una causa y culpa de cualquier fracaso a la otra parte vilipendiada. Este valor es difícil, pero tiene sentido y es necesario. Es también una fuente de satisfacción: la de actuar concretamente por el bien común.